Solución :
Maese Leonhardt está sentado inmóvil en su sillón gótico, y con los ojos bien abiertos, que brillan en la corriente luz de la luna mantiene su mirada absorta clavada hacia adelante.
El reflejo del fuego de leñas que arde en el pequeño hogar tiembla sobre la tela rústica de su silicio, pero el resplandor no queda adherido a nada de esa inmovilidad total; se desliza por la larga y blanca barba que lo rodea, por la cara surcada y las manos sarmentosas que en ese silencio de muerte, parecen como fundidas con el marrón y oro de la madera tallada en que se apoyan.
La mirada de Maese Leonhardt permanece fija en la ventana…pero su mente puede ver las lisas y desnudas paredes detrás de sí, la cama estrecha y modesta, el crucifijo colgado sobre la puerta carcomida; ve la jarra de agua que se apoya a su lado en el estante del rincón, el pan casero de harina de hoyuco y el cuchillo con mango de hueso.
Oye cómo afuera las ramas de los árboles se quiebran bajo el peso de la escarcha y ve los carámbanos. Puede ver su propia sombra caer a través de la ventana ojival.
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